• Hela dos.


Indefectiblemente el helado es un divisor crítico en este mundo.
De cucurucho o de palito va a determinar el primer paso a una experiencia tan gratificante.

Ambos tienen en común que requieren de ciencia y técnica para que las manos no terminen llenas de pegote infinito con servilleta incluida. Hay de los que cucharean prolijamente logrando una fortaleza infranqueable por las leyes de la gravedad. Y los que dejan fluir el helado, con reacción rápida ante goteos impredecibles, generando maniobras de lo más raras para mantener esa crema efímera arriba de su crocante imperio de cucurucho.

Están los del heladito modesto de canapé de dos mordiscos y los que transforman su helado en un arca de Noé, con especies y texturas de todo tipo. Cuando nunca faltan los que libran al azar la ubicación de los gustos versus los que viven su helado a partir de una simbiosis prefijada. Siempre hay los clásicos: gente de chocolate, frutilla, dulce de leche y crema; y los desafiantes del murucuyá de los alpes, lluvia de naranjú o crema de namuncurá.

El cucurucho es un tema de conflicto. Primero es la difícil decisión de optar por el vasito de papel de calcar o por el cucurucho cuadriculado y frondoso que inevitablemente llena de migas el habla.
Y luego el espantoso cementerio tacho de basura, de gente desalmada que arroja el cuerpo crocante lejos del alma ya degustada.

¿De qué te lo sirvo?
Si, lo quiero de realidad con sorpresa arriba y escalofrío abajo.

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