• Dientes de sonrisa.


Una vez se le cayó su primer diente.

Tenía 6 años y se veía tan gigante en la palma de su mano minúscula.

El ratón Pérez venía y pasaban mil preguntas por su cabeza: ¿Porqué Pérez y no López o Fernández?, ¿quién lo contrató?, ¿porqué me paga mi diente?, ¿qué hace con todos los dientes que recolecta?.

Enseguida no hacía más que imaginarse la mansión Pérez, toda construida de furioso marfil de todos los tamaños. Pensaba cuál iba a ser la función de su diente. Qué utilidad tendría. Por su pequeño tamaño se lo imaginó como un banquito de repuesto de cocina, de esos que se usan cuando vienen muchos invitados. O cuando el estante de arriba es más lejano de lo que parecía.

Esa noche, no perdió la oportunidad de escribirle una carta a Pérez agradeciéndole tan extraña transacción. La dejó con su diente en la almohada como los papás lo mandan.

Al día siguiente, bajo la arruga de la sábana, había un papelito de color con un personaje que decía llamarse diez australes y la carta intacta. "¡Qué ratón materialista!" pensaba con tremenda desilusión mientras despegaba de la cama.

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