• Cumulus.


Le costaba salir.
Raramente le pasaba, pero esta vez de verdad que le costaba salir.
Estaba ahi, latente. Cada tanto se asomaba observando el mundo que la rodeaba. Añorando la paz distante, esperando tener un sentido, o bien queriendo ser captada por todos los sentidos al mismo tiempo.

Miró de reojo, como si estuviese por cruzar una callecita de veredas rotas y encontró la excusa perfecta: tres nenas y un nene.
Dispuestos de menor a mayor, intentando mantener el equilibrio en una baranda. Rodeados de plaza y ficticio verde, coronado por el ruido de ciudad en un inmenso mundo donde el tiempo, los miedos y los cuadros sinópticos son la medida y la arquitectura de los entes. Solo se tomaban de las manos, las soltaban, tambaleaban, resbalaban, reían y volvían a subir sin más nada que perder.

Fue instantánea su reacción de victoria.
Salió.
Estalló. En mil partículas saladas.
Atravesó el ladrillo, el indefinido violeta de los jacarandás, la tierra, las raices de los árboles gastados, las rejas, la libertad, la sinceridad, los ruidos, la guerra, las ideologías, las huellas, los recuerdos, la oscuridad, el abismo, los tentáculos, el magma, la ignorancia, las mentiras, la desilución, la traición, la estratósfera, la ionósfera, la capa de ozono, los sueños, la ilusión, la luz. Llegó ahi y se cobijó en un dulce calor hasta evaporarse.




Mientras apoyaba su menuda edad en el vidrio empañado de la ventana trasera, veía como dibujaba gotas de lluvia en su mano. Se acordaba lo mojado que estaba el piso ese día, cuando vio el auto rojo chocado.
“Tendría que haber entendido el pronóstico” pensó.

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