• Pequeña fuerza con rulos.


Ser la más chica fue la experiencia ver el crecimiento desde mi menuda visión hacia los adultos que me rodeaban.
Los grandes siempre fueron grandes. Lo único de menor tamaño en mi escala eran los cachorritos, las hormigas, los Playmobil y los Lego.

Hasta ese entonces nunca había estado en contacto con un ser tan pequeño y hermoso.
Tenías ocho días. Yo te admiraba maravillada, temiendo cualquier contacto que rompiera tan hermosa fragilidad hecha sueño. Y tan hermoso sueño con textura de fragilidad.

¿Cómo podía ser que semejante cantidad de ternura saliera de una panza de ombligo creciente y llegara a este mundo para hacerme sentir esta inexplicable dulzura en un simple abrazo?

Pero llegaste a este mundo. Llegaste y desplegaste todo tu ser, de las innumerables formas que una personita como vos solo puede hacerlo.
Tu sonrisa de dos dientes, no tardó en surtir efecto sobre las hordas de babas orgullosas.
Tu batucada, la batería, el ruido, las revistas rotas, el despliegue de imanes de heladera y chupetes por toda la casa.
Las sorpresas de cajones abiertos.
Tus piecitos de posiciones únicas de bailarina.
Nuestros saludos de cabeza en tus rulitos de duende.
Esos aplausos aprendidos y bien festejados con más aplausos.
La insaciabilidad de colores y formas nuevas.
Tu curiosidad, más urgente que tus memorables primeros pasos.

Hasta ese entonces no me había dado cuenta de lo increíble que es experimentar el crecimiento de alguien. Lo más lindo es que ese alguien sos vos, Jose. Y lo disfruto tanto.
Disfruto demasiado cada día nuevo en tu vida, tanto como vos.
Y aunque no lo sepas hoy, te agradezco infinitamente por regalarme esto tan valioso.
Un regalo de por vida que tiene forma de explosión de colores, carcajadas, descubrimientos, cosquillas, regalos y sueños.

¡Fuerza pequeñita! porque esta hermosa vida, lo es más con esa luminosa mirada en el mundo y tu tierna manito caminando al lado mío.

PIUM!! PIUM!!
Pataditas voladoras...

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